viernes, 27 de marzo de 2020

El Zahir (Paulo Coelho)

"Escuché a otras personas hablar en nombre de la libertad, y cuanto más defendían este derecho único, más esclavizados parecían estar: Por los deseos de sus padres, por un matrimonio en el que habían prometido quedarse con la otra persona "por el resto de sus vidas", por las básculas de baño, por su dieta, por proyectos a medio terminar, por amantes a los que no pudieron decir "no" o "se acabó", por los fines de semana cuando se vieron obligados a almorzar con personas que ni siquiera les gustaban. Esclavos del lujo, de la apariencia del lujo, de la apariencia de la apariencia del lujo. 

Esclavos de una vida que no habían elegido, pero que habían decidido vivir porque alguien había logrado convencerlos de que era la mejor opción.

Y así pasaron sus días y noches idénticos, días y noches en que la aventura era sólo una palabra en un libro o una imagen de la televisión que siempre estaba encendida, y cada vez que se abría una puerta, decían "No estoy interesado. No estoy de humor."

¿Cómo podían saber si estaban de humor o no, si nunca lo habían probado? Pero no tenía sentido preguntar; la verdad era que tenían miedo de cualquier cambio que pudiera alterar el mundo al que se habían acostumbrado."

II. No hay bestia tan feroz.

No sé si fue primero la histeria o la desolación, la cadena de eventos se mezcla en mi mente. La realidad es que nadie esperaba un escenario tan aterrador. La catástrofe, inesperada como el último paso antes de caer por un acantilado, es siempre una sorpresa.

Quizás el detonante fue el tsunami de información que colapsó las redes y nos dejó a oscuras. El cerebro se vio solo, desprotegido y la gente se sintió desnuda, indefensa. El miedo hizo que se incumplieran las ordenes, volvieron las reuniones donde vencían las teorías más paranoicas, puede que eso reavivase el brote, más agresivo, imparable... las muertes pasaron a ser incontables. El pánico llevo al vandalismo, el vandalismo a la violencia descontrolada.... Y fuimos abandonados.

Los peores enfrentamientos se habían producido en frente de los supermercados y distribuidoras de comida. Básicamente, allí donde había uno ahora se amontonaban los cuerpos y las ratas. Ni rastro del maldito Estado, ni del gobierno, ni del ejército. Alguien en algún punto eligió qué ciudades debían ser protegidas. Granada no estaba entre ellas.

Yo había tenido una buena relación con las farmacéuticas del barrio, pero hacía tiempo que sospechaba que no andaban por allí, como todos, escondidos o muertos. No fui el primero en intentar entrar, pero sí el primero en estrellar mi coche contra el cristal, sacrificar el coche, y lograr un alijo de fármacos importante. Mis compinches eran mis vecinos de la urbanización, un electricista, un culturista y un ex-coronel. El hecho de compartir el patio de nuestra urbanización nos obligó a colaborar. No eran grandes conversadores, pero si hombres de acción. Parecía que era lo que requería la situación. El militar tenía dos armas, lo cual nos dio una ventaja importante. Una, dos, tres farmacias..., nos lo llevamos todo. Pronto pinté una cruz roja con sangre en mi garaje. Los mastines en la puerta, el rifle en el tejado. El servicio de atención farmacéutica de la zona había cambiado de lugar, y de reglas...

Funcionábamos por intercambio, primero vinieron aquellos que tenían grandes reservas de comida y papel higiénico (siempre el puto papel); se comprobó que se soporta mejor el hambre que la ansiedad. Teníamos a la gente donde la queríamos, y tengo que reconocerlo, sangrábamos considerablemente su abstinencia. Yo la conocía bien, sé lo que vale. Empezamos siendo muy cabrones lo reconozco,  pero luego cuando vimos la abundancia que llenaba nuestros garajes , nos volvimos unos heresiarcas medianamente generosos... qué coño a veces parecíamos la puta Cruz Roja. Empezamos a dar pastillas como caramelos. Como la mayor parte de las veces no teníamos ni zorra de que cojones querían, y no habíamos ordenado nuestra mercadería (básicamente todos los medicamentos estaban dentro de la gran piscina vacía), normalmente tirábamos a seguro, derivados de los opioides, ansiolíticos y relajantes... y luego recibíamos feedback: si no volvían es que o iban muy bien o muy mal, ese era el feedback. A eso le llamábamos misericordia. Los conceptos se redefinen con el tiempo.

A veces, sin embargo, si sospechábamos de algún pedigüeño avaricioso, acompañábamos al personaje a su casa cuando no había luz, armados, y en la mayor de las veces, nos encontrábamos con un wallapop lleno de ilusiones... a eso le llamábamos, devolución de la misericordia. Estábamos perdiendo la puta cabeza.

Llegamos a la sabia conclusión de que bajo nuestro gobierno era constatable que la tranquilidad aumentó en todo el barrio, ya sea por deceso vírico, colocón crónico o sobredosis desinformada. Hice una gráfica de esas que le gustaban tanto a la gente, arriba ponía: Selección Natural. Y eso que la muerte estaba cerca de todos nosotros, en forma de virus o balazos, pero la gente se lo tomaba bastante mejor. Escuché que en cada área o barrio se iban consolidando grandes centros del vicio y el oprobio. Nosotros ya teníamos nuestro nicho.

Un día, recordé que hace bastante tiempo, a las 7 o a los 8, no recordaba bien, la gente salia a los balcones a aplaudir o algo así, pero no lo tenía muy claro, mi propia relación con lo que suministraba dejaba todo bastante borroso. El coronel mientras tanto, se estaba relajando en la abundancia, y básicamente se las pasaba emborrachándose y disparando a las pilas de latas de conservas. 

En estas que un día, hice una incursión en una casa de uno que abusaba de nuestra generosidad farmacológica. Se parecía mucho al cantante de los Planetas, de hecho, creo que era él. En eso, le dije que, por las deudas contraídas con la Real Academia de Cabrones Suministradores de Felicidad, su casa quedaba embargada porque estaba muy chula, y quería quedarme con sus discos y sobre todo con su equipo de música. Era la puta hostia. Necesitaría muchos días para trasladar todo eso a nuestro centro de mando. No le hizo gracia mi idea. No acabamos bien. Bueno él no acabó bien, yo acabé con su equipo instalado en mi habitación-castillo. 

Así que recordé eso que decía de las 8, en un momento me dio por sacar los buffles hacia fuera y pinchar el primer disco que cogí de la colección del ya ex-cantante de los Planetas. Me cago en la puta, que momentazo. Pinché el disco. Y empieza a sonar algo mágico, era patéticamente mágico, no pegaba nada en este ambiente post-apocalíptico, de hecho lo cortó como cuchillo en mantequilla con la calidez de una mantita de bebé. Como si de repente toda la sangre, fuesen restos de fresas, y los cadáveres bellos muñequitos de madera.

Y allí lo vi, en el descampado (antes campo de fútbol y ahora campo de tiro) de en frente, estaba Dios que había bajado para ver el pifostio planetario que se había montado y había hecho del descampado su dance-floor. Se estaba pegando un baile ridículo y gracioso de cojones. 

Desde ese día, como teníamos tan drogada a toda la urbanización, incluidos nosotros, si a las 8 no ponía el disco la gente nos tiraba piedras, incluso un viejillo vino  un  día con un mosquete francés del XIX, pegando tiros y maldiciendo... quería su nueva droga sonora puntual, que sintetizaba bien con el cocktail que ya tenía en casa...

Dolly Parton - Island in the Stream. Vaya puta canción para el apocalípsis. 

Y así a las 8, me hacía siempre la misma pregunta en la lengua de la jodida Dolly:
 Do you know where is god? God is on the dance floor. 

Y me reía solo, entre restos de fresa y muñequitos de madera.


- Von Alamein 


Gato, ¿Que gato?

Para agasajar a sus invitados, Nasreddin le dio un trozo de carne a su mujer para que lo cocinara.
Cuando la comida llegó, faltaba la carne. Ella se la había comido.
- El gato se comió los dos kilos de carne - les dijo -.
Nasreddin puso al gato sobre la balanza. Pesaba dos kilos.
- Si este es el gato - dijo - ¿Donde está la carne?
Y si, por el contrario, ésta es la carne, ¿donde está el gato?

# Ventajas +1

Yo también estoy cagando muy bien, esperemos que la secta de los epidemiólogos no se metan con nuestras heces.

Llueve ahí fuera

 La luz es gris desde hace tres días. No hay sol. No se deja ver. Tengo la sensación de estar atrapado en una prisión de la que no puedo sal...