Cuando todo esto acabe, lo primero que haré será ir a escuchar a los vencejos.
Desde pequeña me fascina su canto y me conmueve de una manera muy especial.
Es una especie de efecto magdalena de Proust.
Me
devuelven inmediatamente a los comienzos del verano, del calor. A todos
los comienzos del verano y del calor que he experimentado desde niña.
Un
momento muy específico del año que dura apenas unas semanas, un mes si
tienes muchísima suerte, y que es promesa de muchas cosas.
De largas tarde-noches estivales.
Del fresco que te da la bienvenida a una noche de tregua calorífica.
De personas, lugares y momentos que se hacen mucho más fáciles.
O lo parecen.
Hace una semana, los vencejos habían llegado a Lavapiés.
Ayer, los escuché de fondo en un audio que llegaba desde Granada.
Y ando algo triste. Porque aquí todavía no han llegado.
Estoy convencida, sin embargo, de que en el centro de Toledo sí que están.
En el casco, concretamente.
El casco histórico.
Pero aquí aún no.
La
relativa altura con respecto a Toledo en la que me encuentro es, a
veces, una ventaja y, otras, una clara desventaja, como ahora.
Tres o cuatro grados menos.
El aire algo más limpio, eso sí.
Pero los vencejos aún no han llegado.
En Toledo los llaman aviones. A los vencejos.
Aunque ahora que lo pienso igual son otro tipo diferente de pájaro.1
Ahora lo busco.2
Hace un rato, a la que volvía desde Toledo, me ha parecido escucharlos de lejos.
He disminuido la marcha del coche intentando agudizar el oído a través de la ventana abierta.
Es posible que fueran ellos; la hora era la correcta.
La entrada de la mañana o la antesala de la noche.
Me ha recorrido u escalofrío y casi me pongo a llorar. De tristeza, de emoción, de felicidad, no lo sé.
Vaya tontería.
Y, sin embargo, inevitable.
No sé qué extraño efecto causan esos pájaros en mí.
Es la condensación exacta de mi felicidad.
No de la real, por supuesto.
De la prometida.
De la que me prometen.
O de la que yo me prometo.
Llevo un rato pensando en escaparme a escucharlos.
No ahora, claro. Ahora habrán dejado de cantar.
Esta tarde, sobre las 20.00.
Más o menos.
Urdir alguna excusa cómprica, agarrar una bolsa del mercadona y escaparme.
Coger el coche y bajar a Toledo.
Y luego subir al casco.
(Subir desde abajo)
(No puedo subir al caso desde mi posición alturímica sin antes bajar)
Aparcar en las covachuelas y subir dando un paseo por el miradero.3,4
Atravesar Zocodover, antiguo mercado de reses, dejando a mi izquierda el Arco de la Sangre (versión humilde del rastro de Madrid)5,6
Seguir por la calle del comercio, con su sastrería y su sombrerería tan antiguas, compitiendo sin esperanza alguna con las yogurterías y las máquinas expendedoras de pizza.7
Quizás,
desviarme un poco y bajar por Tornerías, más conocida como la calle de
las pescaderías, con su penetrante aroma, hasta el teatro de Rojas.8,9
(Ignoro qué productos se vendían antiguamente en esta calle).
(No creo que fuera pescado).
Seguir
bajando un poco hasta la Posada de la Hermandad, antiguas mazmorras de
la Santa Inquisición, donde tantas cosas raras nos pasaron aquella noche
de San Juan.10
O,
quizás, seguir por la calle del Hombre de Palo, en la que el autómata
de Juanelo caminaba pidiendo la limosna que a su creador se le negaba.11
Torcer a la izquierda12 y, por fin, bajar hasta la plaza de la Catedral.13
Allí es donde más fuerte se hace el sabor de mi magdalena de Proust.
Siempre.
Sentarme en un banco y apagar todos mis sentidos a excepción del oído.
Escuchar a mis vencejos y dejarme llenar de las promesas que salen de su pico.
Y luego, volver.
Quizás lo haga.
Esta tarde.
Alrededor de las 20.00
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1. Vencejo común |
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2. Avión común |
3. Barrio de las Covachuelas |
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4. Paseo del Miradero |
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5. Plaza de Zocodover |
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6.Arco de la Sangre |
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7.Calle del Comercio |
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8. Calle de las pescaderías |
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9. Teatro de Rojas |
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10. Posada de la Hermandad |
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11. Calle del Hombre de Palo |
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12. Bajada a la Catedral |
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13. Plaza dela Catedral de Toledo |