Me acuerdo de cuando empece a dormir en esta habitación. Los días que no trabajaba, solía oír a un palomo que había anidado justo debajo de la ventana del cuarto de baño. Para mí el gorjeo del palomo se había convertido en indicativo de que tenía el día para mí. De que era mi día libre.
Me encantaba escucharlo. De hecho , hubo un par de veces que, a pesar de no tener que trabajar y de pasar la mañana en la cama , no lo escuché y la sensación de desasosiego que me inundó fue tal que deje comida en el alfeizar de la ventana para ver si así volvía de alguna manera .
Me parece que fue el mismo palomo el que volvió . Y si no fue el mismo, fue uno cuyo arrullo surtía el mismo efecto sobre mí. Los despertares de un miércoles , arrullo de pájaro , los estudiantes en la calle . El saber que no tenía nada que hacer . Café, tostada. A la tarde al fútbol o al cine, arrullo de paloma, otro día libre. La vida perfecta .
Me he dado cuenta de que la cuarentena esta llena de días libres. El arrullo de la paloma ha perdido su sentido liberador . Para mi compañero es todavía peor . A él nunca le gustó y ahora tiene el tiempo necesario para ponerle fin. El caso es que parece que el odio creciente hacia la paloma no hace más que alimentarla. Cada día que pasa esta más gorda , cada mañana canta más alto y gutural. No sólo eso sino que el otro día me pareció que su vuelo oscurecía mi cuarto al pasar . Como si se tratase de un dragón volando hacia nuestra aldea para abrasarla.
Me desperté hace un par de días sacudido por las vibraciones del gorjeo. Los cristales de la ventana reverberaban como la puerta del Peugeot del Fran después de ponerle su equipo de sonido nuevo.
Lo peor fue lo que vino a continuación . Los gritos de mi compañero :
- ¡¡La voy a matar !! Juro por Dios que la mato. No aguanto más.- estaba enajenado.
Me hacía gracia ver como se alteraba. Mientras yo perdía el tiempo en mi habitación, lo oía maquinando algo en la terraza. Al asomarme lo vi satisfecho admirando su obra entre sus manos . Había ideado un arma , el arma definitiva : una pata de cama con clavos en un extremo. Eso, unido a todos los palos de fregona de casa, formaba una lanza de más de cuatro metros de largo, como los dorus que llevaban los Hoplitas de la antigua Grecia .
- Esta noche acabo con ella.
Me fui a dormir tranquilamente. No escuché ni quejas ni arrullo a la mañana. Mi sorpresa fue que al salir de mi cuarto me percaté de que mi compañero no estaba , ni la lanza . Estaba solo en casa. Su ventana estaba abierta. Y allí pude ver a través de ella, junto a su nido, a la paloma burlona mirándome. Tenía el tamaño de un toro. Había un brillo inteligente en sus ojos e incluso quise entrever cierta sonrisa en su pico. Algo pareció moverse en su interior. Dirigí mi mirada a su panza y distinguí una silueta humana. Una pierna, un brazo moviéndose, presionando desde dentro, intentando escapar. La paloma gorjeó por última vez y echó a volar. Supe que no la volvería a ver. Se había comido a mi compañero de piso y, creo que, hasta la lanza de cuatro metros. Me quedé patidifuso. Ahora vivo solo. No tengo paloma que cante bajo mi ventana ni con quien hablar durante estos días.
Me queda este diario y una certeza : el odio solo sirve para hacer más fuertes a nuestros contrarios.
Hace mucho tiempo , en un país lejano , comenzó un virus a comerse los rostros de la gente . Nadie sabía cúal era la causa, de dónde venía el virus , ni cúal era la cura . Al poco tiempo el virus mutó y se comió también las manos de la gente . Ante la vergüenza de verse mutilados , los habitantes de aquel lejano país empezaron a confinarse en casa. Temían salir a la calle. Ansiaban que llegase la tan esperada cura que les devolviese manos y caras y mientras tanto escribieron este diario.
sábado, 21 de marzo de 2020
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