lunes, 27 de abril de 2020

Ramadan mubarak

Demasiado a menudo se confunden religión y espiritualidad. Tiene cierto sentido, ya que la religión apareció como una necesidad espiritual de los humanos. Las religiones proveen el marco donde desarrollar el espíritu.

Eso lleva a que muchas personas anti-religiosas desprecien la espiritualidad. Creen que ser espiritual es ser religioso y viceversa. Opinan que ser espiritual es tener ideas ingenuas y creencias falsas, que son falsas porque la ciencia no las puede demostrar. Para ellos, calificar a una persona de espiritual es ridiculizarla.

Por suerte, otros muchos reconocen la espiritualidad como una dimensión de la existencia humana, libre de dogmas y ceremonias, que existe independientemente de la religión. Podemos estar más o menos en contacto con ella, pero todos tenemos la capacidad de experimentarla. Independientemente de nuestra o no religión.

Por tanto, la religión es una consecuencia de la espiritualidad pero no es necesaria.

Sería lógico pensar que la razón de ser de las religiones sea cuidar del espíritu. Al menos yo siempre lo había entendido así... Pero llevo un par de días removida pensando cómo lo hace la religión católica.

El hecho de que este año la celebración anual más grande del catolicismo haya tenido que ser cancelada por el Covid19, mientras que la del Islam sea completamente indiferente a la cuarentena, me produjo cierta inquietud. Era evidente que una NO se podía hacer y era evidente que la otra SÍ. ¿La diferencia? Una está basada en la apariencia y otra en la introspección. No pretendo hacer un juicio comparativo, pero es una diferencia que llama mucho la atención. Y lo que más me chirría de esa diferencia es que lleva a la pregunta: ¿en qué sentido la religión católica ayuda al desarrollo del espíritu?

Infectada289/k

jueves, 23 de abril de 2020

Matar al dragón

Te guste o no te despiertas cada mañana en el mundo exterior, y sí, tienes que esforzarte por vivir. Que tediosa familiaridad tiene todo, cada día se repite la misma historia.

En cambio en el mundo interior no existe el trabajo ni la monotonía. Debería ser placentero, en cambio cuesta quedarse ¿Por qué? Será que ahí estás solo. ¿Estás solo? Estás solo. ¿Y en el exterior? En el exterior ni los más apretados amantes lograron hacerse uno. A la hora de la verdad, murieron solos, ni el Cristo, ni los mártires, todos, a la hora de la verdad, solos.

Pinta negro, mejor ir entrenando y bucear.

Entras discretamente en la pecera de la conciencia. No solo te sientes solo es incluso peor, te asaltan pensamientos, te turbian sensaciones, miedos pasados, tu cuerpo es una turbina química de inseguridades. Ansías algo sólido donde agarrarte, un centro. ¿Hay centro? ¿Donde está la eternidad junta a una flor de la que te habló el Maestro?. No la encuentras, y te asustas. Te escondes pero el miedo te encuentra en tu pequeño escondrijo. No hay donde esconderse. Quieres correr, pero no hay donde correr. Si no hay centro, ¿hacía donde piensas dirigirte? Te hundes en el barro. 

Al día siguiente estás fuerte, inspirado, sabes por el Manual y la intuición que esa pecera también es un mar de paz y tranquilidad. Quieres esa fuente, ansias esa fuente. Estas relajado, respiras... tienes el control. Es más de lo que nunca tuviste (de lo que nunca tendrás).  ... uno, dos tres, vuelves a caer. ¡¡Damn!! Que perverso juego este de controlar o ser controlado. Que fácil sería desear y obtener lo deseado. Vuelves a leer el Manual. Ahora mejor (que bueno es este manual). Te concentras en solo observar como si no estuvieses ahí, como si no fuese contigo, miras las nubes de la conciencia, te distancias, lo practicas, aguantas, respiras... uno, dos, tres ¡¡damn!! Para abajo, demasiadas cadenas para andar por el barro. Golpeas al manual. Es demasiado. Sales al exterior. Seguro que hay cosas más importantes que hacer en el mundo de las diez mil cosas. 

Hoy  te sientes derrotado, no crees tener los recursos ni inteligencia para sentirte al mando del barco. Te dejas caer, y te das cuenta que más que subir a la montaña, sale mejor dejarse caer como hacen los ríos, sin esfuerzo alguno, deshaciéndote en el horizonte vas desapareciendo... pronto descubres que en ese mar abisal de la conciencia estuvieron Blake, Bach y Tesla... Inspiración. El mismo aire que exhaló San Juan ahora inhalas tú. Comunión. Aquí se labró el autorretrato de Cezanne, esté atomo le sostenía el pulso a Miguel Ángel.... Sientes la rueda de la vida... te olvidas de ti... de todos. La rueda. Ni rueda queda. Espera, lo estás consiguiendo, estás conectado, ¿a qué? Si no estás tú, ¿Quien está ? ¿de quien es esta voz que narra? Dejas las preguntas...

Estás tan bien... lo has encontrado,

y aún así,

¿Por qué vuelves?


-Alamein-

Locura en la Calle San José


El hijo de puta del perro negro.
Horario: entre 13:00 y 14:00
WOOF! WOOF! WOOF! WOOF! Toca abrir la ventana otra vez para que se metan Kahlo y Polly. El perro negro cumple con su rutina. Nemo, Diego Rivera y Garfield buscan refugio en la iglesia. No si el perro negro podría contra los 5 gatos. Lo dudo. Son albaicineros, de toda la vida. Sé que mientras todo esto pasa el vecino está fumando al lado del Ábaco. WOOF! WOOF! WOOF! Dice que lo está entrenando, que no pasa nada, a pesar de tener la correa en su mano. Y si no, usa el collar eléctrico para perros. Hijo de puta. Así todos los días.

La loca de la ventana.
Horario: entre 16:30 y 18:00.
Con su móvil, por la ventana, adentro de su casa. Parece que se ha cansado de estar dentro y ahora sale. Grita y grita. ¿Con quién hablará? Siempre de mal humor. Todos los días. Hoy incluso llegué a escuchar a la persona que estaba al otro lado de la llamada. Si la escucho yo, no me quiero imaginar sus vecinos. Así todos los días.

Jesús el esquizofrénico (“esquizo” para los del barrio).
Horario: entre 1:00 y 1:30.
Concierto nocturno desde la ventana. Hace dos días decidió adelantarse una hora y saludar a sus fans desde donde caminamos los mortales: la calle, al pie del alminar, con un cuchillo. La noble vecina domadora de esquizofrénicos logro convencerlo de subir a casa y callarse justo antes de que llegara la policía. Desde ese día no lo escucho. Habrá vuelto a las pastillas mágicas. Así todas las noches... menos las últimas dos.


Día 41. ¿Cuál será mi horario en unos días?

empatia portami via


... DÍA ni siquiera recuerdo cuál DE LA CUARENTENA:
No hago insta stories
No tengo tiktok
No he aceptado ningún reto en Facebook
No hice pasteles ni comida compulsivamente publicada en las rrss
Nunca me he quejado de no salir a pasear perros que no tengo
No me convertí en víctima porque vivo a 2300 km de casa y sola
No he llenado la celda de otras personas con cadenas, videos inútiles, noticias falsas y audio que duran al menos 7 minutos
No salí ni para cantar ni para aplaudir al balcon
No he contactado a aquellos que llevo al menos 10 años sin saber de ellos solo por aburrimiento o para hablar sobre covid-19
No tengo televisor
No tengo tinder
No hice tutoriales innecesarios ni jugué con papel higiénico ...

En caso de duda, sigo meditando, uso las redes sociales al mínimo, canto en la ducha y hago lo que estaba haciendo incluso antes de esta absurda aventura: ¡NO TOCAR LOS HUEVOS A LOS DEMÁS SOLO POR QUÉ TE DA LA GANA!

Leggera come una libellula!

... hablando por teléfono con mis padres
el horno abierto esperando recibir una buena focaccia
para disfrutar luego con una copa de vino tinto
de repente la luz se corta
Me doy la vuelta
No recuerdo el horno abierto
y con la elegancia de un elefante en una tienda de cristal
Caigo con todos mis buenos kg
que ni siquiera el cirque du soleil!
Puerta del horno rota ...o casi
Antiguas blasfemias en mi maravilloso dialecto
el vecino me llama desde la ventana
temiendo que algo muy pesado se hubiera roto
(¿Tal vez estaba hablando de mi lindo trasero?)
pero la focaccia tenia que ser cocinada ...
finalmente después de varios intentos
y una bolsa de hielo en la rodilla
no solo disfruto mi deliciosa cena
pero brindo a quien arregla las cosas sola
¡Y es tan elegante como una libélula!

Lockdown love stories

Entro en el Mercadona
tu detrás de mi
Te miro
Me miras
Una mascarilla oculta tu boca
Pero los ojos negros aun no
"Mirada andaluza: lo mejor que te puede pasar un día tan gris como hoy" pienso yo
Nos perdimos donde está el pan
Te encuentro a las caja después de 40 minutos
"Casualidad bendida" sigo pensando
No tienes mas la mascarilla...raro.
No me parece tan listo quitarsela en un supermecado.
Durante una pandemia.
Me miras y me sonríes.
Te faltan 3 dientes.
Se acabó el amor at first sight.
pero me quedé con el helado al chocolate!

martes, 21 de abril de 2020

La Carta II.

- Hostia, cuanto tiempo, ¿Cómo estás?- dije, mientras otra voz interna me recordaba "mantén la distancia de seguridad".

- Bien tío. Sí,de verdad, llevábamos mucho sin vernos.

Ella seguía ahí, en el suelo, los pies doblados, flor de loto. La mirada perdida. Miraba al infinito.

-¿Estás bien ?

Me miró un segundo, directa a los ojos. Me dio miedo. La misma súplica , la misma demanda de misericordia que sentía cuando me miraban los perros disecados, cuando me miraba mi amigo. A este le había dado la espalda. No quería tener que lidiar con esos ojos, ni con su boca colgona. En cuanto a mi amiga, nuestro cruce de miradas había sido fugaz, esos ojos venían a decirme "te he respondido ya a esa pregunta, no me hagas malgastar mi aliento". Ahora miraban de nuevo al frente.

- No soy la única que está aquí. Resulta que nos han dado salvoconducto con esta exhibición. Sin saberlo - tuvo que ver en mi cara que no pillaba lo que decía, porque continuo explicándose - Cómo bien sabes, el virus no distingue muy bien a animales y personas. Aquí podemos pasar desapercibidos, al aire libre, sin necesidad de una justificación real. Pero si nos ven hablando, se irá está coartada a tomar por saco.

Sus ojos volvieron a posarse sobre los míos, un segundo, en este caso, llenos de reproche. El mensaje estaba claro.

- Bueno, me voy. Me ha gustado verte , saber que estás bien. Lo mismo me paso un rato a la vuelta.

Me miró de nuevo.

- Sabes, estoy bien, estoy súper tranquila. He aprendido a que no me importe nada, pero no soy feliz. Vete anda. Yo no creo que tu sitio esté aquí. Tú esto no lo entiendes.

Otra vez la mirada. Esa mirada disecada que me seguía antes por todo el albero. Otra vez el lamento y la súplica enmascarado en ella. No había boca abierta , ni lengua colgona, pero no quería estar allí más. Me di la vuelta y eché a andar. Supongo que está siempre ha sido mi manera de afrontar las cosas. Por qué iba a cambiarla ahora.

Pasé entre los perros disecados , a paso ligero. Mientras cruzaba ese tramo que me quedaba hasta el bulevar del Corte Inglés, me di cuenta de que había más personas allí, algunas disecadas y otras, simplemente pasando el rato. Y muchos animales, de todo tipo, no solo perros. Había gatos, había pájaros , una iguana y gallinas. De hecho allí, en una esquina, estaba la loca del huerto. El pelo enmarañado, las gafas en la punta de la nariz, sudaba a mares y parecía febril. No sé había percatado de mi presencia y yo me quedé mirándola desde lejos, no tenía ganas de entrar en contacto con ella. Estaba buscando gallinas entre los perros, las cogía y las ponía todas más o menos juntas. Una vez tuvo una media docena a su alrededor, sacó una media barra de pan y empezó a desmigarla y a tirarles las migajas.

- Comed bonitas, comed, luego los huevos no salen buenos. Comed venga. Que hoy vienen mis hijos a casa y les he prometido una tortilla. Comed....

La voz se le quebró y calló de rodillas, entre lágrimas. Empezó a toser de tal manera que levantó el albero a su alrededor. El pelo enmarañado se le lleno de arena y allí se quedó, tosiendo, sentada sobre sus tobillos, con una larga baba colgándole hasta el pecho y las gafas, manteniendo un precario equilibrio sobre la punta de la nariz, cubiertas de una mezcla de albero y esputo.


 Es cierto, este virus no distingue muy bien un animal de otro, ni una persona de otra. Al principio había aumentado la riqueza de unos, evidenciando aún más la brecha social, pero, con el tiempo, nos había igualado a todos. Ya nadie se preocupaba de la economía. No usábamos dinero. Nada importaba nada.

No soy feliz. Esa frase retumbaba en mi cabeza. No soy feliz. No soy feliz. Ni ella lo era, ni yo tampoco, ni los perros disecados,  ni la loca del huerto, ni los fantasmas que venían a visitarme por las noches. Ni el virus es feliz. Por ahí leí hace tiempo que la felicidad no existe, que es un concepto obligatoriamente pasado. Nos obliga a hacer una continua búsqueda de ese algo que nos hizo felices en el pasado. Sin ser consciente de que en ese momento de un tiempo anterior, posiblemente no éramos conscientes de nuestra felicidad y , posiblemente , la situábamos , a su vez, en otro tiempo pasado. Esta dinámica nos ponían en pos de una búsqueda continua de la felicidad que nos hace volver a nuestro pasado continuamente, incluso cometiendo los mismos errores que ya hemos cometido, tropezando dos veces sobre las mismas piedras. Lo triste es darse cuenta de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Vivir sin esperanza.

Seguí por el bulevar del Corte Inglés, pasé este, pasé la fuente también y me acercaba a mi objetivo.
Entonces pasé por delante de una tienda de telefonía. Habían cerrado hace años. Ya no podíamos comunicarnos. Me acordé de la angustia existencial que me sacudió en aquel momento. La cuarentena no había sido nada en comparación con el apagón tecnológico. Ese había sido el gran shock. Estar solos, en casa, sin posibilidad de salir, sin posibilidad de comunicarnos, encendiendo la tele para ver distorsión, ruido, niebla, salir a la calle y solo poder hablar con el tendero. Las revueltas fueron sofocadas, los perros matados. No éramos felices, no lo habíamos sido. No lo seríamos nunca.

La gente moría a todas horas. La sociedad que habíamos conocido había quedado atrás. No sabíamos qué leyes nos regían, si es que nos regía alguna, no sabíamos quién nos gobernaba, no sabíamos qué pasaba en otros países de nuestro entorno. La única certeza es que la gente moría. Mi padre me lo decía siempre: "la única certeza que tenemos en esta vida es que nos vamos a morir". Y ahora nos moríamos solos, desconectados. No había esquelas , no había entierros, no había llamadas telefónicas de un ser querido que, entre sollozos, te anunciaba la fatal noticia . Lo único que había, en mi caso, era una proyección fantasmagórica que venía a anunciarme su partida al más allá. A despedirse de mí y a desearme suerte. Mi padre, mi madre , mi hermanos , mis amigos , muchos se habían despedido ya. No somos felices y estamos aquí para morirnos, bonito augurio. En la calle brilla el sol y cantan los pájaros pero yo vivía en una prisión, encadenado a dos certezas que me esclavizaban: soledad y muerte.

Seguí con paso firme hasta que llegué a la oficina de correos. Cerrada. No sé por qué me sorprendía. Había una entrada lateral , al lado de unos buzones disimulados en cabezas de leones, que siempre había llamado mi atención cuando niño. Al acercarme vi a un hombre con su uniforme de cartero sentado en los escalones. Resulta que era mi primo. El cartero. Nos quedamos mirándonos unos segundos hasta que nos fundimos en un abrazo.

Me explicó que estaba allí porque había decidido volver a repartir cartas. Me acordé del papel que hacía Kevin Costner en la peli " El Mensajero", llevando cartas en un mundo postapocalíptico. Había decidido que sería su manera de joder al sistema. Pero había perdido la llave de la oficina. Yo le explique que estaba allí para reclamarles que mi ultima carta no había llegado nunca a destino. Ahora con la oficina cerrada le dije que pretendía buscarla entre las miles de misivas que podía haber allí dentro, pero, de nuevo, el problema estaba en entrar.

Por suerte había pensado en esto antes de salir de casa y me había traído mi botellita con la etiqueta de " Bébeme". La descorché y tomé un sorbo, inmediatamente empece a menguar, a empequeñecer, cual Alicia, de manera que apenas llegué a medir medio palmo. Entonces mi primo me echó por la rendija del buzón de cartas a Granada . Fui engullido por el león y caí de bruces en una mesa de clasificación de cartas con distintas bandejas dispuestas por distritos. Recurrí a mi otra botella, la de mi bolsillo derecho y en un par de segundos había recobrado mi tamaño original. En cuestión de cinco minutos mi primo estaba en aquella sala conmigo, allí con su uniforme clasificando cartas.

- ¿A quién le habías escrito la carta que buscas?

- No lo sé- respondí. 

- Entonces mira allí a ver si reconoces alguna- Me señaló un montón de cartas que ocupaba un cuarto de la sala donde estábamos , esparcidas todas por el suelo y formando un montículo más alto que yo.- ¿Dónde vives por cierto ? Vamos a ver si hay algo para ti.

Le dije mi dirección y me puse manos a la obra. Recordaba que la carta que había enviado era cuadrada. Era una postal, de uno de mis viajes . Estuve buscando horas hasta que di con ella. Allí estaba el sobre en mis manos, grande cuadrado y sin dirección. ¿Por qué había enviado una carta sin dirección? Estaba seguro de que era para ella, pero ¿había olvidado para aquellas alturas su nombre y su dirección? Ahora ya no me acordaba de nada, ni su cara , ni su apariencia, nada . Era otro fantasma que iría a visitarme o quizás ni eso , quién sabe, quizás ella tampoco se acordaba de mi ya. Recuerdo que una de las razones que me empujó a buscar la carta era que me había echado en cara que no le había llegado... Hacía tanto tiempo de eso .

Busqué alguna pista en el interior. La postal era de Stonehenge, una pasada. El viaje se había diluido en mi memoria también, pero recuerdo estar ahí, de pie, viendo El Sol ponerse, pensando en esas gentes que hace miles de años levantaron ese santuario, ese lugar mágico, alineando el Levante con el Poniente,  como una gran brújula que les marcaba el más allá, que servía de guía para las almas de sus seres queridos. Me acuerdo que el paso del tiempo y el movimiento de Traslación de la tierra había hecho que esa gran brújula se descolocase, de manera que el sol salía unos grados más al Este y se ponía unos grados más al Oeste. Me imagine, de repente, a todos esos fantasmas, que habían pasado a despedirse de mí, allí atrapados, perdidos , desorientados, dando incesantes vueltas alrededor de aquel círculo de piedras, sentados, presa de su desesperación, en los verdes prados que lo rodeaban. Sin llegar a entender que esa mística puerta al más allá estaba simplemente unos grados más allá de la flecha marcada en el suelo que indicaba esa línea Este-Oeste en el Equinoccio de Primavera de hacía miles de años.

En la otra cara de la postal había cuatro líneas:

"We shall not cease from exploration
and the end of all our exploring
will be to arrive where we started

and know the place for the first time."

Olvidado el autor, olvidada la dirección, olvidados mis fantasmas, dejé a mi primo y salí corriendo de allí. Corrí por toda la calle, mis pasos resonando por los soportales. El eco retumbando en mis oídos, las lágrimas inundando mis ojos. Estaba harto, estaba harto y quería gritar pero mis pulmones, sofocados, no daban para tanto. Pasé la plaza con la estatua de la señora libertaria y seguí corriendo, a puro sprint, y seguí y seguí por aquellas calles de mi infancia. Me acuerdo de mis años de juventud, recorriendo aquellas retículas con la bici, desbocado. Recuerdo cuando un día, un coche salió de una bocacalle y se llevo por delante a una chica que, también en bici, iba justo delante de mí. Podría haber sido yo, pero solo por metros me libré de aquel golpe. Mientras corría, sin parar, pensé en ello, deseé que saliese un coche de una bocacalle y me golpease fuerte, cerré los ojos deseando el impacto y, al cerrarlos, vino a mí el rostro de la chica atropellada por el coche. Era guapa, unos años mayor que yo, llevaba aparato en los dientes y allí estaba con los ojos fijos en el infinito, bañada por un charco de sangre, siendo su respiración sobre la sangre la única evidencia que teníamos de que seguía viva. Seguí corriendo hasta que llegué al albero, a los perros disecados y allí me desplomé sin resuello.

Me quedé sentado. Resulta que había ido a parar justo a espaldas de mi amigo y de mi amiga. Me alivió estar ahí a su espalda y no frente a ellos. Sinceramente no quería tener que lidiar con esa boca colgona de nuevo. Ni hablar con nadie. No quería ver a nadie, ni acordarme de nadie, ni visitar a nadie, ni escribirle a nadie, no quería hacer nada. Ya está, no quería lidiar con esto. Así que me quedé allí sentado. A mi derecha estaban las gallinas. Parecían vivas, pero estaban inertes, aunque, eso sí, estaban rodeadas de huevos. Estaba oscureciendo y allí me quedé.

Pasó una noche. No recuerdo si llegué a dormir o no. Mi mente estaba en blanco. Centrado en mi respiración, mi boca seca a más no poder era lo único que me irritaba. Pasó un día con su noche y otro con su noche de la mano. Los días eran preciosos, de una belleza asombrosa, mágicos, yo estaba en paz. Mis amigos allí delante mía, las gallinas inertes rodeadas de huevos, cada día más. La gente pasaba, nos miraba y algunos venían y se sentaban en el suelo. Y al caer la cuarta cuarta noche ella se movió. 

Mi amiga se puso en pie. Más bien el espectro de mi amiga. Su cuerpo seguía allí, flor de loto, mientras ella se había puesto en pie, se sacudió la tierra de los pantalones, se dio la vuelta y , con una sonrisa en el rostro, se acercó a mí. Me puso una mano en el hombro.

-Me voy Nacho. Ha  sido un placer- su mirada estaba posada en la mía , directa, fija, pura , sin reproche alguno.-Cierra la boca anda... Me da cosa veros con la lengua ahí colgando- Abrió la boca y descolgó la lengua a modo burlón mientras se reía. Me dio un último toque sobre el hombro y se marchó.

A la mañana siguiente no sabía si lo había soñado o si realmente había visto otro espectro fantasmagórico que venía a visitarme, a modo de despedida, con nocturnidad y alevosía.

Aquel día fue igualmente bello, quizá, más bello que los demás. Los pájaros cantaban, el aire era inmensamente puro. Vino la loca del huerto, con su pelo alborotado, a recoger los huevos que las obedientes gallinas, a pesar de la taxidermia, seguían depositando allí con escrupulosa regularidad. La mandíbula le bailaba de un lado a otro en la cara, extasiada de felicidad al ver la inmensa cantidad de huevos que habían puesto sus queridas gallinas durante aquellos días. Seguro que estaba pensando en la cantidad de tortillas que iba a poder hacer para sus hijos y nietos, pero, claro está, como no había nadie para escucharla, se ahorro los comentarios en voz alta.

Al llegar la tarde, me percaté de un elemento que había pasado desapercibido hasta entonces. Resulta que la postal estaba allí tirada, la postal de Stonehenge. Estaba a escasos centímetros de distancia, con sus piedras perfectamente visibles, ese sol poniente en el horizonte, indicándonos el camino. Me pasé la tarde mirándola. Mi mente en blanco, mi lengua colgona, nada me importaba, ¿era feliz?... Que más daba.

 Al ponerse el sol, lo seguí con la mirada y fue entonces cuando me puse en pie. Abandoné mi cuerpo, caminé hacia el sol de poniente y el albero se convirtió en hierba. Un prado verde se extendió ante mí. Atrás quedó mi cuerpo, atrás los perros disecados y las gallinas con sus huevos, atrás el virus y sus disfraces de Guardia Civil, atrás el mundo de los vivos ( que están muertos). Y allá, adelante, las piedras de Stonehenge, con su perfecta orientación Este-Oeste, allá el sol poniéndose. Allí la niña olvidada, que nunca recibió la carta, con su cara bonita, recibió un beso en la frente. La llamé por su nombre, ya olvidado, y me despedí entre risas, andando hacia el ocaso.




sábado, 18 de abril de 2020

E.


Es increíble cómo puedes pasar de la felicidad absoluta a la tristeza total.
Estando solo, con tus cosas, tus pensamientos, tuyos y los de los otros y otras.
Ellos y ellas no lo saben. Y es que ni tú lo sabes.
Eliges estar bien. ¿Y eso cuánto dura?
Ese sentimiento dura 17 pasos.
Estás en casa.
Estás bien.
Estás.

lunes, 13 de abril de 2020

Me robaron la primavera

...guanti, mascherina, chiavi e soldi:
scendo a fare la spesa e una primavera imponente mi da il benvenuto
avevo lasciato gli alberi spogli e mi ritrovo un verde rigoglioso
all'improvviso una sensazione mista tra incazzatura e perplessitá
mi lascia l'amaro in bocca
pago e sorrido con gli occhi al commesso del carrefour
torno nel mio appartamento che non ha balconi né terrazza
mi fermo
respiro
osservo il pezzo di cielo che mi é permesso vedere da qui...
accendo una sigaretta
dovrei smettere
come dovrei dormire la notte
e penso che mi hanno rubato la primavera
non so chi ma mi sento impotente e claustrofobica
di tutta questa situazione dove ho cercato di trarre sempre il lato positivo e un sorriso
senza mai lamentarmi o rompere le palle al prossimo
mi sono sentita derubata del tempo perso...
ma quanto ne ho perso inutilmente?
pensateci giorni trascorsi dietro a gente tossica, inutile, finti amici o amori sbagliati..
giorni ad aspettare il ritorno o le scuse sincere di qualcuno
e li eravamo liberi
liberi di scegliere
liberi di mettere un punto
che non abbiamo messo...
ma poi inizi un percorso meraviglioso che parte da te e finisce con te...
e alla fine la vera prigionia non é di certo una quarantena trascorsa in solitaria...
ma la poca consapevolezza di perdere tempo con chi il tempo non é disposto a perderlo con te!

domingo, 12 de abril de 2020

A las 20.00


Cuando todo esto acabe, lo primero que haré será ir a escuchar a los vencejos.  
Desde pequeña me fascina su canto y me conmueve de una manera muy especial. 
Es una especie de efecto magdalena de Proust. 
Me devuelven inmediatamente a los comienzos del verano, del calor. A todos los comienzos del verano y del calor que he experimentado desde niña. 
Un momento muy específico del año que dura apenas unas semanas, un mes si tienes muchísima suerte, y que es promesa de muchas cosas. 
De largas tarde-noches estivales. 
Del fresco que te da la bienvenida a una noche de tregua calorífica. 
De personas, lugares y momentos que se hacen mucho más fáciles. 
O lo parecen. 
Hace una semana, los vencejos habían llegado a Lavapiés. 
Ayer, los escuché de fondo en un audio que llegaba desde Granada. 
Y ando algo triste. Porque aquí todavía no han llegado. 
Estoy convencida, sin embargo, de que en el centro de Toledo sí que están. 
En el casco, concretamente.  
El casco histórico.  
Pero aquí aún no. 
La relativa altura con respecto a Toledo en la que me encuentro es, a veces, una ventaja y, otras, una clara desventaja, como ahora. 
Tres o cuatro grados menos. 
El aire algo más limpio, eso sí.
Pero los vencejos aún no han llegado. 
En Toledo los llaman aviones. A los vencejos. 
Aunque ahora que lo pienso igual son otro tipo diferente de pájaro.1 
Ahora lo busco.2
Hace un rato, a la que volvía desde Toledo, me ha parecido escucharlos de lejos. 
He disminuido la marcha del coche intentando agudizar el oído a través de la ventana abierta. 
Es posible que fueran ellos; la hora era la correcta. 
La entrada de la mañana o la antesala de la noche. 
Me ha recorrido u escalofrío y casi me pongo a llorar. De tristeza, de emoción, de felicidad, no lo sé.  
Vaya tontería. 
Y, sin embargo, inevitable. 
No sé qué extraño efecto causan esos pájaros en mí. 
Es la condensación exacta de mi felicidad. 
No de la real, por supuesto. 
De la prometida. 
De la que me prometen. 
O de la que yo me prometo. 
Llevo un rato pensando en escaparme a escucharlos. 
No ahora, claro. Ahora habrán dejado de cantar. 
Esta tarde, sobre las 20.00.  
Más o menos. 
Urdir alguna excusa cómprica, agarrar una bolsa del mercadona y escaparme. 
Coger el coche y bajar a Toledo. 
Y luego subir al casco. 
(Subir desde abajo) 
(No puedo subir al caso desde mi posición alturímica sin antes bajar) 
Aparcar en las covachuelas y subir dando un paseo por el miradero.3,4 
Atravesar Zocodover, antiguo mercado de reses, dejando a mi izquierda el Arco de la Sangre (versión humilde del rastro de Madrid)5,6 
Seguir por la calle del comercio, con su sastrería y su sombrerería tan antiguas, compitiendo sin esperanza alguna con las yogurterías y las máquinas expendedoras de pizza.7 
Quizás, desviarme un poco y bajar por Tornerías, más conocida como la calle de las pescaderías, con su penetrante aroma, hasta el teatro de Rojas.8,9 
(Ignoro qué productos se vendían antiguamente en esta calle). 
(No creo que fuera pescado). 
Seguir bajando un poco hasta la Posada de la Hermandad, antiguas mazmorras de la Santa Inquisición, donde tantas cosas raras nos pasaron aquella noche de San Juan.10 
O, quizás, seguir por la calle del Hombre de Palo, en la que el autómata de Juanelo caminaba pidiendo la limosna que a su creador se le negaba.11 
Torcer a la izquierda12 y, por fin, bajar hasta la plaza de la Catedral.13 
Allí es donde más fuerte se hace el sabor de mi magdalena de Proust. 
Siempre. 
Sentarme en un banco y apagar todos mis sentidos a excepción del oído. 
Escuchar a mis vencejos y dejarme llenar de las promesas que salen de su pico. 
Y luego, volver. 
Quizás lo haga. 
Esta tarde. 
Alrededor de las 20.00


1. Vencejo común
2. Avión común

3. Barrio de las Covachuelas

4. Paseo del Miradero

5. Plaza de Zocodover

6.Arco de la Sangre

7.Calle del Comercio

8. Calle de las pescaderías

9. Teatro de Rojas

10. Posada de la Hermandad

11. Calle del Hombre de Palo

12. Bajada a la Catedral

13. Plaza dela Catedral de Toledo

Llueve ahí fuera

 La luz es gris desde hace tres días. No hay sol. No se deja ver. Tengo la sensación de estar atrapado en una prisión de la que no puedo sal...